Serie ¿Adónde fue a parar Rio 92? ¿Adónde va Rio+20?
El sociólogo argentino, nacionalizado brasileño, Eduardo José Viola, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Brasilia (UnB), no tiene grandes expectativas respecto a Rio+20. Esta nueva conferencia será diferente a la de hace 20 años. En aquel momento, los países estaban dispuestos a discutir nuevos temas globales. Ahora no. El problema es que, si se produjeran avances, un nuevo paradigma podría poner en cuestión el interés económico predominante, el uso de fuentes energéticas insostenibles y el modelo de negocio existente. Eso explica el escaso interés político de muchos jefes de Estado en Rio+20.
Lea a continuación los principales pasajes de la entrevista concedida a WWF.
¿Qué hacía usted cuando se celebró Rio 92? ¿Recuerda algún episodio que marcara aquella conferencia?
Yo era profesor titular de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad Federal de Santa Catarina. Organicé y participé en eventos académicos paralelos a la conferencia de Rio 92. Además, estaba en contacto con ONG y dialogaba con ellas sobre temas de la conferencia.
¿Había en aquella época el mismo interés por el medio ambiente que hoy?
No, el interés entonces era muy superior. El sistema internacional estaba en un momento muy diferente. Aquella fue la primera gran conferencia tras la guerra fría para discutir los nuevos problemas globales de la humanidad, que anunciaba una capacidad de cooperación mucho mayor en el sistema internacional de la que había habido anteriormente debido al bloqueo de la guerra fría. Por eso, fue una conferencia que despertó un enorme interés. En 1992, el problema ambiental global emergió con fuerza en el sistema internacional, aunque tuviera aún un estatus secundario. Hoy en día, el problema del clima —no todos los problemas ambientales— tiende a entrar en el sistema internacional, pero hay un gran bloqueo que impide el avance. Por eso, la situación es muy diferente, incomparable.
¿Qué países tuvieron una participación más destacada en Rio 92? ¿Cómo fue la participación de los países de América Latina?
Siempre es más importante la participación de los países más centrales en los sistemas internacionales. En aquella conferencia destacó la actuación de algunos países europeos, como Alemania, Francia, Reino Unido, Suecia y Holanda, por ejemplo. Siempre es importante destacar la participación de Estados Unidos y de Japón. De América Latina, yo solo pondría en el mismo plano que a Brasil a Costa Rica. Brasil destacó muy especialmente porque era el país anfitrión y porque su presidente, Fernando Collor de Mello, había causado una ruptura con la política ambiental conservadora de los presidentes anteriores al nombrar como ministro de Medio Ambiente —aunque por aquel entonces tenía aún estatus de secretario de la presidencia de la República— a José Lutzenberger, al que los gobiernos anteriores consideraban radical y extremista. También se puede decir que Colombia, un país con una rica biodiversidad, tuvo en este ámbito específico una actividad más relevante.
¿Cuál fue el principal legado de la conferencia de Rio 92?
Su legado consistió en haber introducido los problemas ambientales como un elemento muy importante en la agenda internacional. Hasta aquel entonces, los problemas ambientales no interesaban ni preocupaban lo más mínimo a la mayoría de los países del mundo. A partir de aquel momento, los problemas ambientales globales entraron a formar parte del cotidiano de la agenda internacional, aunque no se les situara en el centro.
La frustración está relacionada con la distancia entre lo que se definió en Rio 92 y la implementación posterior. Los problemas ambientales globales se han agravado extraordinariamente en estos 20 años. Y el avance de la humanidad para hacer frente a esos problemas ha sido mínimo, con lo que los problemas se han agravado considerablemente. La emisión de gases de efecto invernadero se ha incrementado una media del 3 % anual durante esos 20 años. La conferencia de Rio 92 prometió todo un proceso de reducción de las emisiones de los países desarrollados y de reducción de la curva de emisión de los países en desarrollo. No ha ocurrido nada de eso, con contadas excepciones.
En cuanto a la biodiversidad, la destrucción ha seguido al mismo ritmo. Sí que ha habido alguna implementación con el aumento de las áreas protegidas, pero de forma general, solo sobre el papel. El gran planeta de la biodiversidad se sigue destruyendo en la misma proporción que hace 20 años. La diferencia es que hoy tenemos islas y archipiélagos protegidos mucho más amplios que los que teníamos antes.
¿Cuál es la dificultad? ¿Por qué no se logra avanzar?
No hay una causa única; hay múltiples razones. El primer punto clave es la cultura contemporánea, el sistema de valores actual que guía a la sociedad y a sus gobernantes. Hay un consumismo exagerado. El sistema de valores que guía a la humanidad es hipermaterialista e hiperconsumista.
Otro problema, poco citado, pero de extrema gravedad, es el continuo aumento de la población de la Tierra, aunque de forma heterogénea; pero la Tierra ya estaba superpoblada en 1992 y lo está mucho más hoy en día. Estos factores determinarán el nivel de la posibilidad de protección ambiental, el nivel de consumo, el nivel de destructividad de las personas y la capacidad de la inteligencia tecnológica disponible. Cuantas más personas hay, más consumo con tecnología atrasada habrá, y más destruiremos el planeta. El problema de la superpoblación es muy importante y hay que preguntarse por qué no se trata en las Naciones Unidas. Y no se trata porque la ONU es una estructura políticamente correcta donde solo se habla de lo que todos aceptan hablar, y de lo demás no se habla.
Hay que destacar algo muy importante: hoy vemos al sistema capitalista tal como es, es decir, basado en los beneficios a corto plazo. Todos los incentivos del sistema apuntan a que no se hagan reformas hacia la sostenibilidad de largo plazo. Esto no quiere decir que no haya una significativa y creciente minoría de empresas que buscan ser sostenibles a largo plazo, pero las reglas del sistema van contra eso, porque lo que legitima a los directivos de las grandes corporaciones es generar beneficios para los accionistas, y a corto plazo.
Por último, el modelo energético, sin duda. La humanidad ha creado ese gigantesco capital fijo basado en el carbón y el petróleo. El mayor problema es el carbón, y eso es importante, porque su consumo está creciendo mucho más rápidamente que el del petróleo, además de que causa casi el doble de efecto invernadero que el petróleo.
En Brasil, la producción de materias primas agrícolas ha acarreado destrucción medioambiental. ¿Puede Brasil aumentar la producción de alimentos sin dañar más al medio ambiente?
El gobierno brasileño, su núcleo, y la agroindustria están muy poco interesados o son poco conscientes de la gravedad del problema. Lo que importa es el corto plazo, el ciclo del negocio, el ciclo político, volver a ganar las elecciones. En cuanto a aumentar la producción de alimentos en Brasil sin destruir el medio ambiente, tenemos experiencias de aumento de la productividad en diversos ámbitos de la agroindustria, pero podemos aumentar mucho más la productividad. Por otra parte, la regulación puede ser lo suficientemente estrecha como para que la expansión de la producción de alimentos se produzca principalmente en las zonas ya degradadas, sin necesidad de avanzar en la deforestación o recalificar áreas. La producción de alimentos en Brasil necesita aumentar la productividad, la eficiencia y el Estado de derecho, y que se cumplan las leyes de manera rigurosa.
¿Qué opina sobre el texto de base de Rio+20?
El texto de base es un desastre. El estado actual del sistema internacional no favorece que se produzcan avances significativos en Rio+20; podrá haber diversas declaraciones de fondo retórico, pero en realidad no habrá avances. El problema fundamental del mundo no está en Rio+20: está en el cambio climático, respecto al cual el Gobierno brasileño se ha esforzado, de forma totalmente equivocada, en ponerlo en un lugar secundario en la agenda de Rio+20. Ha diluido el problema del clima, que tendría que haber sido central, y ha enfatizado la cuestión social y la inclusión, sin una óptica sociopolítica —que sería la correcta— y relacionada con la gobernabilidad en los tres niveles: gobernabilidad mundial, nacional y subnacional. En este sentido, el documento es muy pobre, no hay que esperar avances.
La posición más avanzada que existe hasta ahora en Rio+20, pero que no va a triunfar en absoluto, es la posición de la Unión Europea, que propone crear una organización mundial para el medio ambiente. En realidad, tendría que ser algo mucho más profundo que eso, algo de lo que nadie habla; tendría que ser una estructura de auténtica gobernanza global, que limitaría mucho más la soberanía nacional. Una especie de estructura de gobernanza que sea una organización mundial de gobernabilidad y que subordine las estructuras existentes, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio o la Organización Mundial de la Salud. La posición más progresista y más consciente es la de Unión Europea, que cuenta con el apoyo de muchos países africanos, pero a la que Brasil se opone porque sigue con el fantasma y la paranoia del proteccionismo, es decir, que piensa que esa organización propuesta podría ser peligrosa para Brasil y los países emergentes porque podría estimular el proteccionismo. Algo que no se sostiene en absoluto.
¿Podría esa organización hacerse cargo del mercado de carbono?
Sí, pero no se trataría solo de eso, sino de otras muchas cosas. ¿Cuál es el principal problema hoy en día, un problema decisivo de la gobernabilidad ambiental? Es la fragmentación del sistema. Existen convenciones centenarias, muchas de ellas fundamentales y otras secundarias, que dialogan poco entre sí. El PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) es una organización muy débil, aunque cumpla una función importante en el ámbito científico. De esta forma, es esencial para la humanidad contar con una organización ambiental mundial con un poder equivalente a la Organización Mundial del Comercio. Y es lo que propone Europa, pero Brasil se ha opuesto a ello porque está prisionero de su alianza con los BRICS. Brasil podría tener una posición mucho más progresista, en consonancia con la afirmación constante del Gobierno de que Brasil es una potencia ambiental. Pero a la hora de tomar esas decisiones, ¿dónde queda la potencia ambiental?
Lo mismo ocurrió con la nueva política industrial. A pesar de tener una ley sobre el cambio climático, la nueva política de producción industrial de automóviles, por ejemplo, se limita a promover la producción de autos y no le otorga ninguna importancia a la eficiencia energética, a la creación de un coche que funcione exclusivamente con etanol. Y así tenemos una política industrial que es casi idéntica a la de hace veinte años.
¿Cuál es el papel de las economías emergentes —como los BRICS— en el impacto y las soluciones a los problemas ambientales?
Yo diría que los BRICS son apenas un bloque retórico, porque sus intereses divergen en todos los ámbitos. Vamos a entrar específicamente en lo que sería la transición hacia una economía sostenible de bajo carbono y los problemas ambientales vinculados a Rio+20. La economía de Rusia se basa en la exportación de combustibles fósiles, petróleo y gas natural. Es una economía muy ineficiente, muy intensiva en carbono y con una escasa preocupación ambiental. Así que Rusia es un actor muy negativo en el sistema internacional. La India es otro actor muy negativo, y un actor esquizofrénico. La India siempre ha dicho que el problema tiene que ser resuelto por otros, los que lo crearon, y que ella no se compromete a lograr ningún tipo de meta. Así que su posición es muy negativa actualmente y son ellos los que más van a sufrir y, de hecho, ya están sufriendo por ello.
Los otros tres actores, China, Brasil y Sudáfrica, son ambivalentes. Hasta hace cuatro años China era una economía de alto nivel de carbono, irresponsable en la gobernabilidad global, pero ha ido cambiando gradualmente. Su cambio fundamental se ha producido en la política energética interna, porque China está promoviendo firmemente el desarrollo de nuevas energías renovables, particularmente la energía eólica, la solar fotovoltaica y la energía nuclear de tercera generación. Así, todo eso permitirá que China reduzca la curva de crecimiento de las emisiones. Está creando un nuevo capital de bajo nivel de carbono, pero, junto a ese lado bueno hay también un lado malo. Y es que quieren continuar maximizando la dinámica del viejo capital, de alto nivel de carbono, y sigue siendo un gran exportador de productos manufacturados muy intensivos en carbono. Esa es más o menos la ambivalencia de China. Otro factor, típico de regímenes no democráticos, es que China se niega a tratar del sistema internacional de verificación.
Luego está Brasil, en donde el punto clave ha sido la extraordinaria reducción de la deforestación a partir de 2005. Eso ha permitido reducir las emisiones brasileñas y, aunque sigue habiendo una deforestación de 6000 km² anuales, lo cual es una vergüenza, esa reducción ha supuesto un avance extraordinario respecto a la primera mitad de la década pasada, en que en la Amazonia se deforestaban 22 000 km² anualmente. Así pues, Brasil ha avanzado mucho en ese ámbito, lo cual permitió incluso la aprobación de una ley de cambio climático muy avanzada a finales de 2009. Yo diría que la legislación brasileña sobre el cambio climático está más avanzada que la sociedad brasileña. Dicha ley fue el resultado de una ventana de oportunidad. El problema es que no se está aplicando. Algunos elementos decisivos, como la nueva política industrial, parecen apuntar en una dirección opuesta a la ley de cambio climático. Brasil es un ejemplo de avance en cuanto a reducción de emisiones por cambio en el uso de la tierra (deforestación), pero en el ámbito industrial está estancado y en el ámbito energético puede empezar a retroceder si otorga una importancia excesiva a la inversión en la industria petrolífera.
Hasta 2008 Sudáfrica era el país más avanzado, que más avances proponía para el sistema de gobierno ambiental mundial. China y Brasil están avanzando ahora y se puede decir que ya han adelantado a Sudáfrica. Y otro elemento importante es que China y Brasil son mucho más importantes que Sudáfrica.
¿En qué medida es viable la estructuración de la llamada «economía verde»? ¿Sería también importante una «economía azul»?
Yo diría que la idea de economía de bajo carbono es el concepto que está mejor definido en este momento en el mundo, y es un concepto consagrado en el sistema científico y hasta en el sistema político internacional. La idea de una economía verde, que surge ahora, es una idea que puede ser muy importante para avanzar en la matización del concepto de economía de bajo carbono, porque este concepto tiene la limitación de que se concentra excesivamente en el ciclo del carbono y no en los otros ciclos, como por ejemplo el ciclo del fósforo o el de la biodiversidad. Al respecto, la economía verde podría suponer un avance importante, aunque también podría ser un modo de dilución, como acabó sucediendo con la idea de desarrollo sostenible, de la que todo el mundo está a favor porque no significa casi nada. Un nivel de carbono bajo tiene significado porque se mide. Yo estaría a favor del concepto de economía verde, e incluso también de la idea de economía azul, siempre y cuando signifiquen un refinamiento, una sofisticación y una mayor precisión del concepto de economía de bajo carbono.
¿De qué forma pueden el sector empresarial y la sociedad civil contribuir para la conservación del medio ambiente y al desarrollo sostenible?
En general, hay un sector de empresas brasileñas —algunas de ellas importantes— interesadas en Rio+20 y en que Brasil avance en la transición hacia una economía de bajo carbono, de sostenibilidad consistente, es decir, real. Me parece que la mayor parte de las empresas brasileñas no están interesadas o no se centran en ello. Las empresas interesadas son las que ya han incorporado ese tema y que están haciendo cambios o que han cambiado ya una parte de su estructura de producción y su logística de proveedores en favor de un proceso productivo de bajo carbono, o que tienen una dirección visionaria o son filiales de algunas multinacionales con políticas avanzadas.
En la sociedad civil, son sin duda los ambientalistas a los que más les interesa ese tema. En realidad, muchos de ellos tienen un interés ingenuo, porque ven el mundo a través de su ombligo, sin la capacidad analítica para comprender la complejidad del sistema internacional ni la dinámica de capacidad y de poderes en dicho sistema. Hay organizaciones, como WWF, que tienen una visión realista del mundo, que quieren transformar el mundo con una visión realista, no extremista ni radical. Las ONG ambientalistas en general son ingenuas, y ese es otro elemento importante: una parte de las ONG tiene una visión muy radical, que es negativa, una visión anticapitalista. Esa alternativa no existe.
El dilema de la humanidad consiste en elegir entre continuar con el actual capitalismo insostenible —que cada vez más avanza por una senda de gran destrucción— o reformar el capitalismo hacia lo que se denomina «capitalismo natural», un capitalismo que redefina las reglas del sistema teniendo en cuenta los beneficios a largo plazo y el equilibrio entre el interés particular de las empresas y el interés universal de la humanidad.
En general, diría que un problema fundamental en la educación, en la sociedad brasileña y en los medios de comunicación es que los directores de organizaciones y empresas hacen discursos oportunistas. Existen pocas personas que hagan un análisis profundo y científico de la coyuntura y de la realidad para ver qué es y qué no es posible y a partir de ahí atribuir responsabilidades. Al respecto, nos inunda una cantidad ingente de información de baja calidad en Brasil y en el mundo.
Desde la perspectiva del acceso de los ciudadanos a los alimentos, el agua y la energía, ¿cómo deben ver los gobiernos y la sociedad el medio ambiente? ¿Cuál es la solución de futuro para la Amazonia, para Brasil y para América Latina?
La cuestión de la invasión de la Amazonia es un viejo discurso obsoleto, usado en general de manera oportunista por diversos sectores. Quien toma la Amazonia es el crimen organizado internacional. Lo que está destruyendo la Amazonia es el no cumplimiento de la ley. No existe ninguna posibilidad de que potencia alguna quiera hacerse con la Amazonia; todo eso son paranoias típicas de una mentalidad de seguridad nacional totalmente obsoleta. El papel del Ejercitó ha sido fundamental en el avance del Estado de derecho en la Amazonia mediante los puestos de vigilancia fronterizos, que se convierten en una presencia del Estado y disminuyen el avance del crimen transnacional.
La gobernabilidad de Brasil sobre la Amazonia ha crecido en los últimos años. En la sociedad brasileña tiene cada vez menos difusión la idea de que la Amazonia va a ser invadida, pues se es consciente de que Brasil tiene es cada vez más capaz de controlar, aunque tendría que serlo más aún. Brasil tendría que destinar más recursos para la Amazonia, recursos para las Fuerzas Armadas, la Policía Federal, el IBAMA (Instituto Brasileño de Medio Ambiente y de los Recursos Naturales), la Justicia Federal, es decir, el Estado federal debería ser una especie de gran apoyo y promotor del Estado de derecho en la Amazonia. Lo que necesitamos es que se dé un gran avance en el Estado de derecho, es decir, que se cumpla la ley.