Serie ¿Adónde fue a parar Rio-92? ¿Adónde va Rio+20?

Posted on 28 mayo 2012
Ignacy Sachs - Economista
© Cedida por el entrevistado
Entrevista economista Ignacy Sachs

Ignacy Sachs (85 años) es economista y una de las principales referencias para pensar el desarrollo sostenible. Desde la década de los ochenta, Sachs analiza las posibilidades de un nuevo paradigma de desarrollo, basado en la convergencia entre ecología y economía, teniendo en cuenta la acción del hombre desde el comienzo de la revolución industrial.

De origen polaco, nacionalizado francés, Ignacy Sachs vivió en Brasil en las décadas de 1940 y 1950, donde comenzó su formación académica, e hizo su doctorado en la India. Además, trabajó en la Polonia socialista y fue profesor en Francia, donde creó el Centro Estudios sobre el Brasil Contemporáneo.
Uno de los consejos que Sachs da a los jóvenes es buscar una formación cosmopolita. «Hace muchos años que vivo de ese capital», afirmó al final de la entrevista para WWF. Sachs recomienda especialmente que Brasil envíe y reciba estudiantes a otros países que tengan problemas ambientales semejantes. En su opinión, la confrontación de experiencias podría proporcionar «un fantástico paso adelante para encontrar soluciones concretas a los problemas de los países en desarrollo». Lea a continuación los principales pasajes de esa entrevista.

¿Qué hacía usted cuando se celebró Rio-92? ¿Recuerda algún episodio especial que marcara aquella conferencia?

Yo participé en numerosos eventos paralelos de Rio-92. Recuerdo que hubo un seminario muy interesante en Curitiba, e hicimos un viaje a la Amazonía con un congreso en Manaos. Participé en diversas actividades relacionadas con la conferencia, dentro y fuera de ella. Yo diría que la parte más viva y más importante fue todo lo que sucedió en la playa de Flamengo y en otros lugares de la ciudad.

¿Qué países tuvieron una participación más destacada en Rio-92? ¿Cómo fue la participación de los países de América Latina?

No sabría decirle, porque han pasado 20 años y porque ese no era el foco de nuestro análisis. Lo importante de Rio fue todo lo que ocurrió fuera de la conferencia oficial. La conferencia estaba allí, lejos, en el barrio de Gávea, con un anillo de tanques y grandes medidas de seguridad para impedir la entrada. Pero en la playa de Flamengo hubo una serie de actividades muy importantes y diversas. Desde este punto de vista, Rio-92 siguió una tradición que se había iniciado en Estocolmo en 1972: la organización de una segunda conferencia de la sociedad civil alrededor de la conferencia oficial de Naciones Unidas.

Estoy seguro de que sucederá eso, aunque no sé de qué manera, con qué proporciones y, sobre todo, cuáles de sus diálogos influirán en la conferencia oficial y qué implicaciones tendrán. Esa es la gran cuestión: nuestra capacidad de ir hacia un diálogo político abierto en el que la sociedad civil organizada desempeñe un papel relevante.

¿Cuál fue el principal legado de la conferencia de Rio-92?

La conferencia de Rio-92 dio lugar al Programa 21, que es un documento muy importante. Y surgió también una frustración, porque Rio-92 fue un poco en el sentido opuesto a la historia, tras la implosión de la Unión Soviética, con una enorme ofensiva del neoliberalismo. Así que creo que muchas de las conclusiones de Rio-92 no avanzaron como se merecían debido a una constelación de fuerzas políticas desfavorables.

¿El rumbo que ha tomado el capitalismo desde finales del siglo pasado ha aumentado la presión sobre
el medio ambiente?

Es evidente que si hubiéramos entrado después de aquella conferencia en una fase de economías planeadas que tuvieran en cuenta de manera explícita los impactos no solo sociales, sino también ambientales, hoy en día estaríamos en una situación mejor, pero eso no sucedió. No salimos de Rio-92 con una especie de gran contrato social, que era lo que necesitábamos. Hay que recordar que Rio+20 se celebra en una fecha redonda respecto al aniversario del nacimiento de Jean-Jacques Rousseau (1712) y también respecto a la fecha de publicación de El contrato social (1762). Así que el gran problema es si conseguiremos hacer de Rio+20 el punto de inicio de una nueva era geológica: el antropoceno, que en realidad comenzó con la revolución industrial. Tras la entrada en una nueva era, deberíamos pensar en un gran contrato social, en el que los estados desarrollistas, los trabajadores y los empresarios y la sociedad civil organizada se articulen de manera explícita.

Los BRICS pueden ser buenos actores respecto a las cuestiones ambientales o tienden a repetir modelos anticuados?

Yo creo menos en los BRICS que en los «IBA» (India, Brasil y Sudáfrica), pues tanto Rusia como China tienen visiones que no coinciden necesariamente con las del grupo de países emergentes de que Brasil e India son abanderados.

¿No serían Brasil y la India grandes «pecadores»?

Todos los bípedos que andan por este planeta son a la vez pecadores y soñadores. No digo que solo por el hecho de aproximar a Brasil y a la India como los dos abanderados del bloque de los emergentes estos países vayan a resolver sus problemas internos de la noche a la mañana. Tenemos que pensar, en primer lugar, la economía verde, pero una economía que no pierda las dimensiones sociales del problema. En segundo lugar, tenemos que pensar en un pacto político en torno a los objetivos de un desarrollo que sea socialmente «incluyente» y no «inclusivo». El premio nobel de economía indio Amartya Sen utiliza el término inglés «inclusioner». Necesitamos una marca para nuestra acción para construir una economía global y, al mismo tiempo, ambientalmente sostenible. Esto debería situarse en el centro de un pacto político entre las diferentes fuerzas vivas de cada nación y de un pacto internacional entre los estados que abracen esa filosofía. Así que ese es el desafío de Rio+20: iniciar esa andadura, reconocer que estamos en la nueva era, el antropoceno, que estamos en ella desde la revolución industrial, pero que hemos tardado en reconocerla y definir, a partir de ello, estrategias de desarrollo nacionales que converjan hacia esa preocupación de sostenibilidad ambiental y de avances sociales. Para ello, creo que deberíamos volver a planear, es decir, tenemos que poner en lo más alto de las prioridades la cuestión de una planificación, pero una planificación que sea democrática, con un alto grado de participación de las fuerzas vivas de cada nación para formular esos planes. Necesitamos una planificación que se base en el concepto de desarrollo socialmente «incluyente», ambientalmente sostenible y organizado a partir de un diálogo cuatripartito, entre el Estado desarrollista, los empresarios, los trabajadores y la sociedad civil organizada. Si de mí dependiera, le daría a los Estados miembros de las Naciones Unidas un plazo concreto, unos dos o tres años, para que presentaran sus planes de desarrollo «incluyente» sostenible; al mismo tiempo redoblaría los esfuerzos en las Naciones Unidas para crear un verdadero e importante fondo de desarrollo «incluyente» sostenible.

¿Cómo podría financiarse ese fondo?

Podría ser financiado de la siguiente manera: en primer lugar, rescatar el compromiso, enunciado muchas veces por los países ricos, pero de cara a la galería, de crear un impuesto sobre la especulación financiera. También podríamos añadir un impuesto sobre las emisiones de carbono, que tendría una doble función de frenar las emisiones exageradas de carbono que causan el calentamiento global y generar un fondo de desarrollo. Por último, empezaríamos a cobrar peajes sobre zonas aéreas y océanos a los aviones y barcos que los atraviesan, partiendo del principio de que se trata de un patrimonio común de la humanidad. Quien utiliza, paga. Con esas cuatro fuentes seríamos capaces de crear un gran fondo de desarrollo «incluyente» sostenible administrado por Naciones Unidas. Otra herramienta fundamental son las redes de cooperación científica y técnica que se guíen según una nueva geografía. No han de ser norte-sur, orientadas según meridianos, sino de cooperación sur-sur, por paralelos, para generar un máximo de cooperación científica y técnica alrededor de biomas semejantes, compartidos por países de distintos continentes. Así, podríamos tener una red de cooperación sobre el bosque tropical húmedo, como el bosque amazónico, pero que incluyera también el bosque del Congo, las selvas de Indonesia y de la India, y así sucesivamente. Formar una geografía de cooperación científica y técnica por biomas, incluyendo en esa visión la interfaz suelo-agua, que es muy importante para muchos países. Es decir, a lo largo de las costas marítimas, a lo largo de los ríos, en los lagos naturales y artificiales, y siempre con una visión común sobre el tema y soluciones diferenciadas. ¿Cómo lograr que la revolución verde avance por tierra y a la vez la revolución azul lo haga por el agua, es decir, como sistemas integrados de producción de alimentos y hasta de energía, en esa interfaz tierra-agua?

¿Qué opina sobre el texto de base de Rio+20?

No tengo una posición y no quiero pronunciarme al respecto, porque no creo que sea esa la tónica de la conferencia, es decir, ya tenemos muchas organizaciones internacionales. Para mí, la prioridad es definir una estrategia para hacer que las organizaciones existentes cambien en su seno lo que sea necesario para trabajar en la dirección deseada. Cerrar unos organismos para abrir otros conduce, en general, a una gran pérdida de tiempo, energía y dinero. O sea, ya tenemos las comisiones regionales, los organismos necesarios, y un representante brasileño acaba de ser elegido para dirigir la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), José Graziano, digno sucesor de la tradición del médico y geógrafo Josué de Castro (autor del libro Geografía del hambre, de 1946).

Utilicemos las instituciones existentes, adaptándolas. Lo importante es definir una estrategia con objetivos concretos, especificando el papel de cada cual, más que pensar en nuevas instituciones que, inevitablemente, chocarían con las existentes y causarían un desgaste institucional considerable.


¿Qué espera usted que suceda en Rio+20 en relación con la Amazonia y qué papel pueden tener los países amazónicos, Brasil y los demás, en esa conferencia?

Primeramente, es obvio que no existe una solución única. Desde el punto de vista energético, tenemos que manejar tres conceptos. En primer lugar, la sobriedad, es decir no gastar energía sin ton ni son. En segundo lugar, la eficiencia, aprender a producirla bien. Y, en tercer lugar, buscar fuentes de energía alternativas. Y yo creo que hay que salir de las energías fósiles tanto por el problema del calentamiento global como por el agotamiento de las reservas de petróleo, y eso nos va a obligar a usar, durante un cierto tiempo, el petróleo submarino, el llamado presal. Yo no digo que no haya que hacerlo, pero resalto que son soluciones relativamente limitadas en el tiempo, así que tenemos que concederles una mayor importancia a las energías renovables. En materia de energías renovables, tenemos la energía mareomotriz, que aún no sabemos usar bien, y otros pequeños exponentes, como la eólica, que está llegando, pero que por sí sola no será la solución para todo. Al pensar en la producción de energía, tenemos que analizarla junto con la producción de alimentos, y ver en qué medida los objetivos del aumento en la producción de alimentos pueden armonizarse con la utilización de los residuos de la producción de alimentos para la bioenergía. Como esos objetivos deben ir de la mano, la respuesta es que no existe una solución única y que tenemos que explorar todos estos problemas.

¿Espera usted algún papel protagonista de otros países amazónicos además de Brasil?

Yo creo que el Pacto Amazónico está aquí para quedarse y que Brasil tiene un papel extremadamente importante por el tamaño de la Amazonia brasileña. No tengo elementos para juzgar si tendrán algún protagonismo, mayor o menor, en la conferencia propiamente dicha. Pero creo que es esencial que los países amazónicos trabajen juntos para lograr un mejor aprovechamiento de sus enormes recursos naturales renovables. Además, en la Amazonia existen enormes reservas minerales, que están muy lejos de las tierras exploradas que poseen riquezas naturales. La cuestión es cómo hacer eso respetando los objetivos sociales, y cómo hacerlo sin olvidar a las poblaciones indígenas que viven en la Amazonia.

Nosotros tenemos que pensar siempre en la tríada de objetivos sociales, prudencia ambiental y viabilidad económica. La viabilidad se construye a través de la acción de los Estados y de los pueblos, solo que al construir la viabilidad económica tenemos que extremar las precauciones para no hacerlo con un costo social excesivo ni mediante la depredación de las riquezas naturales. Si nos fijamos en esos tres objetivos unidos, creo que ustedes, aquí, en Brasil y en América Latina, podrán no solo avanzar mucho, sino crear modelos que influirán muy positivamente sobre lo que pueda suceder en el futuro en África y en algunos países de Asia, y concediendo siempre la debida importancia al intercambio permanente de experiencias concretas, y por eso yo sugeriría que se haga un esfuerzo mucho mayor para fomentar los intercambios estudiantiles.
Ignacy Sachs - Economista
© Cedida por el entrevistado Enlarge