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Serie ¿Adónde fue a parar Rio 92? ¿Adónde va Rio+20?

 Entrevista Carlos Nobre

 Entrevista Carlos Nobre

El investigador Carlos Nobre, actual secretario de Políticas y Programas de Investigación y Desarrollo del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de Brasil (MCTI), es una de las principales referencias internacionales en el ámbito del clima. Suya es la hipótesis, formulada hace 20 años, sobre la «sabanización» de la Amazonia debido a la deforestación.

Es ingeniero. Estudió en el Instituto Tecnológico de Aeronáutica (ITA) e hizo su doctorado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Forma parte del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) y fue coautor del Cuarto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), que en 2007 fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz.
Vea a continuación los principales pasajes de la entrevista telefónica que concedió a WWF. En ella traza un balance del debate ambiental en las dos últimas décadas, especialmente en lo tocante al clima, y nos cuenta sus expectativas respecto a Rio+20.

¿Qué hacía usted cuando se celebró Rio 92? ¿Le preocupaba ya la cuestión del cambio climático?

Sí, me preocupaba, y de hecho en aquella época lideraba la parte brasileña de un experimento internacional llevado a cabo con Inglaterra para estudiar los impactos climáticos de las perturbaciones antropogénicas en la Amazonia, un estudio sobre perturbaciones y cambios climáticos derivados de la deforestación. En Rio 92 expusimos los resultados preliminares de aquel experimento, que había comenzado en 1990 y todavía estaba en curso. Allí participé en muchas actividades, algunas en la antigua Universidad de Brasil, organizadas por el profesor Luiz Pinguelli Rosa, que preparó una serie de debates antes de la conferencia.

¿Fue Rio 92 decisivo de cara a las medidas adoptadas respecto al cambio climático?

Obviamente, fue un catalizador enorme. Los resultados más concretos de Rio 92 fueron los convenios internacionales. Se aprobaron cuatro convenios, dos de ellos muy avanzados, en particular el de Biodiversidad y la Convención sobre el Cambio Climático; la Convención de Lucha contra la Desertificación no lo fue tanto, y menos aún la de Aguas Internacionales. Rio 92 fue un gran marco de debate sobre la convivencia entre desarrollo económico y preservación de la calidad ambiental del planeta como un todo, y supuso un hito en la toma de conciencia de la llamada agenda del desarrollo sostenible. Fue realmente un gran momento de las Naciones Unidas y ciertamente supuso un avance importante por lo que simbolizó.

Aunque sería de esperar que se tratara la cuestión del cambio climático en Rio+20, ese no es el propósito de esta conferencia.

No es el propósito principal de la conferencia, porque una vez que se creó la Convención sobre Cambio Climático y fue ratificada por la mayoría de los países —y tuvo una consecuencia muy importante, que fue el Protocolo de Kioto— no se retomará el mismo tema, entre otras cosas porque hay una Conferencia de las Partes de los países firmantes de la Convención sobre el Cambio Climático. Por ello, no tendría sentido hacer otra Cumbre de la Tierra, similar a la de 1992. Esta cumbre tiene que tener otro objetivo. Se habla de desarrollo sostenible, un tema muy recurrente también en aquella época, cuando faltaban ocho años para la llegada del nuevo milenio. Se hablaba del Programa 21. Y ahora, veinte años después, tenemos que retomar el tema del desarrollo sostenible. Ahora ya no podemos separar totalmente los temas y algunas dimensiones, como por ejemplo los cambios ambientales globales, en que el cambio climático juega un papel clave. Transversalmente Rio+20 se ocupará de esos asuntos de forma mucho más integradora y no como si se tratara de una negociación de avances graduales en el tema de la Convención sobre el Cambio Climático, en que hay una serie de acciones en curso y una serie de propuestas en negociación. Rio+20 pretende ser semejante a Rio+92 en sentido simbólico e histórico. Se trata de un importante momento de reflexión sobre el rumbo del desarrollo del planeta, del desarrollo humano, y un intento de convergencia hacia el desarrollo sostenible.

¿Cómo participará en Rio+20? ¿Como miembro del gobierno o como académico?

Actualmente trabajo en el Gobierno, y estaré en la delegación brasileña como parte del gobierno. Pero, evidentemente, mis ideas son las de un científico.

¿Cuál podría ser el principal legado de Rio+20?

Creo que así como en Johannesburgo, en 2002, en la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible, se definieron los principales objetivos de desarrollo social —los Objetivos del Milenio—, creo que sería muy importante llegar a un gran acuerdo global respecto a objetivos y metas de desarrollo sostenible. Eso sería un resultado básico: ponerse de acuerdo acerca de un pequeño número de objetivos globales y que todos los países allí presentes, así como hace diez años concertaron algunos objetivos de desarrollo humano y social, se pusieran ahora de acuerdo para definir algunos objetivos de desarrollo sostenible en un período de tiempo razonable, de 10 a 20 años. Y lo que hay que hacer es unir los objetivos económicos y los objetivos sociales. No hay que separar la dimensión ambiental de la social y la económica. Todos son objetivos entrelazados. Lo mínimo que espero de Rio+20 es que defina objetivos e indicadores verificables y que todos los países pongan en práctica programas nacionales para implementar dichos objetivos. No se trataría de una decisión de implementar algo práctico; serían meramente objetivos. Tienen que ser amplios, contemplar varias dimensiones, vincular el uso sostenible de los recursos naturales con la erradicación de la pobreza, con la equidad en la distribución de la riqueza e buscar la mejora de los indicadores sociales.

Existe actualmente un debate muy intenso sobre si Rio+20 debería establecer la creación de una Organización Mundial del Medio Ambiente. La diplomacia brasileña ha abogado más bien por un Consejo para el Desarrollo Sostenible en la ONU, no por una organización como la Organización Mundial de la Salud, la del Trabajo o la del Comercio. Mi propuesta es más atrevida, aunque es una propuesta mía, no es algo que se haya discutido mucho. Yo creo que el PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente) y el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) deberían fundirse en un único programa. Y eso ni siquiera se está discutiendo, pero a mí me gustaría que esos dos programas se fusionaran y se convirtieran en una organización mundial del desarrollo sostenible.

¿Qué opina sobre el texto de base de Rio+20?

El primer borrador recoge las posiciones de casi 200 países. No es una tarea sencilla tejer consensos entre más de 100 propuestas diferentes. Se trata de un trabajo que requiere una gran habilidad diplomática y de negociación. El borrador 1, que se presentará en breve —pues estamos casi en mayo y el plazo se está agotando—, es un poco más conciso, tiene tras de sí un enorme trabajo diplomático, y yo sigo siendo optimista y espero que ese texto conducirá a algunos grandes consensos: quizá a lograr un número determinado de objetivos de desarrollo sostenible e indicadores que puedan ser puestos en práctica a escala nacional, regional y mundial en los próximos 10 a 20 años, y tal vez hacia una convergencia sobre el mecanismo de gobernanza a nivel internacional, un consejo o un organismo. Aunque nada de eso estará concluido antes del 22 de junio.

¿Ha cambiado en el mundo científico el interés hacia los temas ambientales?

El interés de la comunidad científica en torno a cuestiones amplias de desarrollo sostenible ha crecido considerablemente. La comunidad científica no se presenta dividida: no existe una comunidad científica del área ambiental y otra del área del desarrollo; está más allá de ese debate.

Si nos fijamos en el apoyo de la comunidad científica al debate en torno a la Ley Forestal, veremos que no ha habido una comunidad científica con un sesgo ambiental ni una comunidad científica con un sesgo agronómico, económico o desarrollista. Eso no sucedió. Lo que hubo fue un enorme apoyo de la comunidad científica —representada por sus organizaciones, la SBPC y la Academia Brasileña de Ciencias— a un modelo de desarrollo sostenible para la agricultura brasileña, con la preservación y la conservación de nuestros recursos naturales. Esa posición clara de la comunidad científica brasileña está a favor del desarrollo sostenible. Y el desarrollo sostenible es, en realidad, la búsqueda del equilibrio. Desde el principio, la comunidad científica ha adoptado el tema del desarrollo sostenible como algo cuyas bases deberían ser científicas.

En los 20 años que separan Rio 92 de Rio+20, ¿ha aumentado la fuerza de los científicos?

Sí, sin duda. De hecho, todos los avances y propuestas de la Convención sobre el Cambio Climático se basan en la mejor ciencia. Ha mejorado el nivel de muchos aspectos, al menos de las propuestas de la Convención sobre el Cambio Climático y del Convenio sobre la Diversidad Biológica. Todas las convenciones sobre medio ambiente y desarrollo sostenible se basan en la mejor ciencia. A menudo, esa gran ciencia no se aplica; y a veces no se aprueba a nivel mundial, como sucedió en Copenhague en 2009; o incluso a veces aunque se adopte a nivel mundial no tiene repercusiones a nivel local, como sucedió con el caso de que la mayor parte de los países aprobaran el Protocolo de Kioto en 1997, entre ellos Estados Unidos, pero que el Congreso estadounidense nunca lo ratificara. Es decir, que incluso si la política mundial va en la dirección que apunta la ciencia como política pública necesaria, en ocasiones un país o el Congreso de un país no avanzan en esa dirección.
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